La fotografía premiada lo es tanto por la fuerza de su lenguaje no verbal (el testimonio), como por la oportunidad de ser testigo de unas de tantas realidades terroríficas (pero realidades, en definitiva) de las que ha dado y sigue queriendo dejar constancia su autor; y, por supuesto, porque ha sido capaz de plasmar ¡tanta belleza en algo tan doloroso!
Es una necesidad que no falten testigos ni sus testimonios para no olvidar la capacidad cruel del ser humano y, cuando menos, saber “lo que en realidad pasó”.
Artículo publicado en La Vanguardia el 15 de septiembre de 2011
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