11-S ó 9/11. Más allá de una fecha

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Foto: Sigfrido González PardoRalph y Jimmy trabajan en la reconstrucción de la Ground Zero. Su labor diaria se compone de  una sucesión de pautadas y rutinarias tareas a las que están acostumbrados a enfrentarse desde hace ya más de veinte años de dura profesión. Son muchos los edificios que han ayudado a construir, pero este es especial, tristemente especial. Darían lo que fuera por no tener que acudir todos los días a este lugar, pero la crisis golpea con fuerza, y deben sacar adelante a sus familias, y a su madre, que está muy enferma desde febrero de 2002. Empleada en una empresa de servicios, participó en las tareas de desescombro y limpieza de las ya desplomadas Torres Gemelas. Los dictámenes médicos, hablaban de una grave afección respiratoria provocada por la aspiración de polvo contaminado, partículas de asbesto principalmente. Lo cierto es que a pesar de los cuidados que recibe, su estado no mejora. Ha habido más casos, muchas personas han fallecido ya por causa de esa inhalación mortal. Ralph, el mayor, aprovecha el descanso del mediodía para llamarla. Jimmy siempre pregunta, y al gesto serio de su hermano, responde sorbiendo distraídamente un poco de ese zumo dulzón comprado en el Deli de la esquina, y maldiciendo en silencio aquel 11 de septiembre.

Foto: Sigfrido González PardoJohn es bombero. Desde su cuartel general cercano a Gramercy Park, observa el pequeño memorial en el que figura una foto de su compañero fallecido en acto de servicio aquel funesto día. Suele mirarlo más detenidamente siempre que le toca dar un repaso a los materiales que cargan en los vehículos, y como si se tratara de un protocolo más, repasa que todo esté en su sitio; las flores, las fotos que dejaron sus familiares, los escritos anónimos,… con algo de agua y un pequeño trapo, intenta torpemente devolver el brillo a una placa de mármol que ya nota en demasía el paso de los años y del hollín acumulado. Hoy le ha venido a la mente —una vez más— la imagen de su amigo atrapado bajo esa viga de gigantescas dimensiones, y el ataque de ansiedad posterior que sufrió a los pocos minutos. Todo sucedió tan rápido…

Habían sido compañeros de promoción, e hicieron buenas migas durante aquellos días de aprendizaje. Cuando les destinaron a la misma Estación, pensaron que los hados habían decidido unirles para siempre. United We Stand es el lema que aparece en una de las franjas rojas de la bandera metálica que han colocado a la entrada. Una cruel ironía, piensa él.

Foto: Sigfrido González PardoHoy es el tercer día consecutivo en el que no han tenido que atender ni un solo aviso, y John lo agradece, ya que después de presenciar aquella barbarie pasó una larga temporada sin poder acudir al trabajo. Los especialistas le hablaron del “estrés postraumático” y de sus consecuencias. Ciertamente, nunca ha podido ya enfrentarse a su quehacer diario como antes acostumbraba.

Su nueva actividad, más ligada a las labores de oficina, y su periódica visita al gabinete psicológico, le ayudan a ir asimilando ese trastorno padecido por algunos de los compañeros que estuvieron en el WTC. Debe convivir con ello. Lo sabe. Pero es duro, tremendamente duro.

Sara es judía. Vive en Brooklyn, pero todos los meses se desplaza en el Ferry a Staten Island, donde residía su hermana. Una terrible casualidad, quiso que aquel 11 de septiembre, la pequeña de la familia, de esa familia que ya antes había conocido la persecución y el desarraigo, añadiera también ahora a su currículum vital la muesca del terrorismo.

Sabe que murió ayudando a evacuar personas en la torre sur, y eso le añade aún más tristeza a la que de por sí ya siente.

Foto: Sigfrido González Pardo

—Era una buena chica, lo fue hasta el final— le dice a su marido mientras empujan el carrito de la pequeña Judith.
—Claro que sí— responde él.
—¿Por qué no la acompañe aquel día?, ¿por qué?…
—Déjalo ya, cariño, deja eso ya…

En este distrito-isla de la ciudad de Nueva York, frente a la parte baja de Manhattan y con la compañía cercana de la Estatua de la Libertad, se ha erigido un memorial, uno más, en recuerdo de las víctimas del 9/11 —que es como se conoce en Estados Unidos la luctuosa fecha—. Doscientas setenta personas procedentes de esta zona, perdieron la vida aquel día. Lo que parecen ser dos alas extendidas, dan forma a la estructura de la obra, y en ella, los rostros y algunos datos, nos dan cuenta de la historia que dejaron atrás todos y cada uno de los perfiles esculpidos. Y la presencia de familiares, habla en silencio del dolor, de las heridas abiertas, del luto, de la angustia, de la confusión, del debate entre el olvido y el perdón.

La brisa empuja al agua una de las flores que Sara ha dejado con extrema delicadeza frente a uno de los bancos. Ella sonríe, como si en ello hubiese visto una señal, un mensaje. Quizá esta noche eso pueda ayudarle a dormir un poco mejor, porque las noches, y los días, ya no han vuelto a ser los mismos desde hace ya más de nueve años.

Allan es fotógrafo. Desde hace veintidós años realiza trabajos para el New York Times, y recibió la llamada del periódico a los pocos segundos de producirse el primer impacto en una de las torres. Recuerda que cada disparo del obturador, iba seguido de un incrédulo y repetido Oh, my God…!oh, my God…!

Foto: Sigfrido González PardoAunque a cierta distancia del lugar de los hechos, no olvida el olor a humo, y los gritos que parecían envolverlo todo. No pudo probar bocado aquella noche, ni conciliar el sueño. Se le hizo de día frente a la pantalla del ordenador, escudriñando todas y cada una de esas instantáneas, sabiéndose testigo de un suceso único. Días más tarde, tuvo la ocasión de asistir a alguno de los funerales y homenajes que se produjeron en varias zonas de la ciudad, pero le atraían más aquellos otros tributos dónde gente anónima dejaba sus mensajes y flores en un lugar concreto, sin organización previa, como un acto de simple y llana solidaridad con el dolor de otros, y el de ellos mismos. Y allí pudo comprobar también como la psicosis del terrorismo iba a acompañar durante años a una población que ahora debería aprender a vivir entre el miedo y la angustia, entre la tristeza y el horror. El mismo que él todavía siente cuando se acerca septiembre y decide abrir, una vez más, esa carpeta de imágenes con el nombre9/11attack.

Teresa y Claudia son madre e hija, españolas, por unos días turistas en Nueva York. Han decidido que grabar un testimonio de voz en el museo-memorial de la calle Vesey puede ser una bonita forma de dejar constancia de su solidaridad con las víctimas y sus familiares. Teresa sabe bien cómo golpea el terrorismo, sus secuelas, y cómo se convive con él, con el miedo de que aparezca en un cajero o en un supermercado. Y no puede evitar que la mente se traslade hasta las inmediaciones de Atocha. La globalización también alcanza a las lágrimas de los que lloran aquí, y de los que lloraban en Madrid, y de los que derraman lágrimas en cualquier lugar del mundo, víctimas de guerras, codicia, sinrazón y fanatismos. Claudia saca de su bolsillo un papel en el que están escritas las líneas de un poema que le había dado su padre para que lo leyera justo en aquel lugar.

Foto: Sigfrido González Pardo1[…] Sucede que hay tragedias
cada día
que nadie ve
nadie cuenta
en chalanas y chozas
lejos de los paquebotes
de los rascacielos
de las ciudades
del relato del mundo.
Pero su vacío
era de los otros.
El vacío que hoy rezuma:
de nuestras arterias.
Humo
encima de las Torres
en la ciudad del porvenir
donde el futuro
parecía infinito
y la muerte
era siempre
la de los otros.

Foto: Sigfrido González PardoÁlvaro va a cumplir los diecinueve. A la edad de diez años, vio como se desmoronaba la segunda torre desde la ventana de su Centro escolar en Tribeca. Al principio le costó distinguir entre ficción y realidad, pero no ha podido olvidar el momento en que esa situación, clavada en su retina, supero con creces cualquiera de las escenas que estaba acostumbrado a ver, palomitas en mano, en aquellas pantallas gigantes del Empire Cinema. Tampoco ha olvidado las caras de sus padres frente al televisor. Y recuerda también los abrazos de su madre, y el silencio de aquellos días, y de cómo todavía hoy sufre esos temores nocturnos que ya forman parte inseparable de su corta vida. Las imágenes de aquellas sombras saltando por las ventanas, de los cristales volando por los aires, el fuego. Todo aquello no ocurría a miles de kilómetros de distancia, en lugares que ni siquiera sus padres sabían señalar en un mapa. No era un anunciado ataque con cortes de publicidad en prime time. Ocurría ahí, a sólo unas manzanas de su patio de recreo.

Su rendimiento escolar no fue el mismo en los cursos siguientes, aunque las clases de relajación que ofrecía la escuela le ayudaban. A él y al resto de compañeros, y a los profesores, que acusaron doblemente el impacto emocional de aquel instante, y los posteriores, con un alumnado al que solía dolerle la cabeza con más frecuencia de la deseada, con unas clases plagadas de niveles desacostumbrados de rabia y enfado. Como cada 8 de Diciembre, Álvaro se ha acercado hoy a Central Park a rendir su particular homenaje al hombre que quiso darle una oportunidad a la paz. Y entre campos de fresas, le pide a John que siga cantando, y que con voz alta y clara, logre borrar de su mente el estruendo que aquellos aviones provocaron más allá de las ventanas de su colegio.

Foto: Sigfrido González PardoKathy es voluntaria de la Cruz Roja Americana. Originaria de Washington D.C, y por aquel tiempo estudiante en la Universidad de Columbia, ayudó en improvisados servicios de atención a las primeras familias que se acercaron a la zona. Pasados nueve años, todavía es capaz de rememorar a través del olfato, el intenso olor a ceniza, el polvo en suspensión, el insoportable hedor de los cuerpos calcinados. En 2002 volvió a su casa, en un barrio situado muy cerca del Pentágono, desde cuyos alrededores, coge todos los días el metro para ir a trabajar a uno de los museos del Instituto Smithsoniano. Y desde ahí contempla la placa que conmemora el simultáneo atentado que se produjo en uno y otro lugar. Y se acuerda de otra placa, situada en la parte baja de Manhattan; esa que recuerda el abnegado trabajo de los voluntarios, que como ella,  prestaron apoyo psicológico a víctimas y damnificados.

Superadas las depresiones que la mantuvieron en tratamiento durante unos meses, ahora sabe que ya ha descargado toda la emotividad que en un momento llegó a paralizarla. Fue un episodio efímero, pero fue. Y con ello convivió, como una más de las personas a las que ofreció ayuda. No ha vuelto a Nueva York después de todo aquello. Quizá algún día reúna la fuerza necesaria.

Nota del autor: Todos los nombres y situaciones relatadas son ficticios, y tampoco existe relación alguna entre las fotografías presentadas y las diferentes historias relatadas, aunque la mayor parte de ellas están basadas en la realidad de las diferentes sintomatologías presentadas después de un atentado terrorista, y otras, en puras y simples reacciones humanas ante un hecho como el recordado.


  1. Parte final del poema Coda el vacío del futuro, de Alfonso Armada. En Diccionario de Nueva York. Ed. Penínsul

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