Quizás fue en 1999 cuando España empezó a tener constancia de desembarcos masivos, y con ellos de naufragios mortales de personas procedentes de Marruecos (ahora ya también de otros puntos de África), en busca «de una vida mejor».
Desde entonces, año tras año, y como si de un rito se tratara, la historia se repite con los primeros síntomas del buen tiempo: son viajes con naufragio, precedidos de historias personales de vida familiar en garajes, de abandono de tu espacio de vida y de «los tuyos», de deshonras, vergüenzas y repudios, de día tras día sin trabajo, de miedos,… que abocan a la búsqueda de «una vida más digna» que, en demasiados casos, es un viaje de ida a la muerte; donde ésta da paso a la búsqueda de familiares en poblados recónditos al otro lado del Estrecho, a grandes dificultades de unos o imposibilidad de otros para pagar la repatriación del cadáver… y, cuando no es posible, en el mejor de los casos, a enterramientos en soledad y con la D (de desaparecido).
Historias, en definitiva, donde la pobreza es el imán del naufragio, como en estos días es el desastre de Haití.
Artículo publicado en El País el 9 de agosto de 2009 (PDF 658 KB)
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