Yo no estaba preparada. Tenía 30 años y nunca había visto un cadáver. En dos semanas, creo que no me dejé ni uno de los 86 fallecidos en la riada del camping de Biescas. Me presento: me llamo Lourdes Buisán. Soy periodista y sin quererlo fui una de las redactoras de Diario del AltoAragón —de Huesca— que siguió el suceso más trágico de cuantos han tenido lugar en este territorio.
Todo arranca en la tarde del 6 de agosto de 1996. Yo estaba a punto de terminar mi jornada. En esa época yo me dedicaba a las secciones de Cultura y Sociedad y, como estábamos en las vísperas de las fiestas de Huesca, mi ocupación era estar pendiente de los preparativos de San Lorenzo. El director me llamó a su despacho y me dijo que, como ya había terminado, si no me importaba subir con mi coche hasta Biescas. Sobre las siete de la tarde habían enviado a una redactora y al fotógrafo y no daban señales de vida. Hay que contextualizar para recordar que “dar señales de vida” significaba que llamaran desde un teléfono público y contaran qué había pasado para que guardaran el espacio que se considerase. En aquel entonces, en el Diario solo había un teléfono móvil, el del director general, que fue el que me entregaron como un “tesoro”. Hasta ese momento, sabíamos que había habido una fuerte tormenta, de esas típicas de verano en el Pirineo, y había un muerto y tres desaparecidos. Con esa información, en principio, yo iba de apoyo. En agosto, a esa hora, todavía hay luz solar, pero esa tarde el cielo estaba negro y no pude apreciar las secuelas de la riada hasta la mañana siguiente… Ahora, que algo muy serio había sucedido se palpaba en el silencio que reinaba en el bar del pueblo antes de llegar a Biescas. Nadie tenía palabras para relatar qué había pasado, algo que siempre mosquea a un periodista. No funcionaba ni el móvil ni el teléfono del bar (entonces no se llamaba fijo, como ahora). No había luz y se alumbraban con velas. Decidí seguir adelante por el desvío que indicaba la Guardia Civil, una carretera estrecha me llevaba a un panorama que por nada hubiera imaginado. El corte de luz que produjo la tormenta no dejaba intuir dónde estaba. No había forma de saber dónde estaba Biescas hasta que llegué al cartel de la entrada. Mala señal. Aparqué y saqué la linterna, que sería mi salvación.
El escenario era de espanto: pese a que había mucha gente deambulando —se intuía que lo que había pasado no era cosa de un muerto y tres desaparecidos— tenía que buscar la información necesaria y todos estaban desconcertados, desorientados y perdidos. Mientras me acercaba al Polideportivo de la localidad se mezclaban instantes de silencio con llantos y gritos de desesperación. Podría decirse que aquello era un caos. Unos jóvenes me preguntaban si había visto a su familia, si yo estaba en el camping con ellos cuando había llegado la riada… «No. Yo soy periodista. ¿Qué ha pasado?» Y empezaron a contar. Apuntaba en penumbra. Cada cual me relataba lo sucedido a su manera. La mayoría no sabía nada de los suyos. En resumen: esa tarde había llovido y de repente una avalancha de agua, lodo, piedras y árboles había arrasado el camping.
«Bien, ya tengo testimonios. Ahora a por la fuente oficial.» No hubo manera de localizar a nadie que quisiera contar qué estaba sucediendo. Lo atribuí a las circunstancias. Yo intentaba encontrar a mis compañeros del Diario pero no fue posible. El tiempo se me pasó tan rápido que cuando me quise dar cuenta eran las doce de la noche y tenía que regresar a Huesca. «¡Qué desastre! Me voy de aquí sin saber qué ha pasado exactamente. Espero que el Gobierno Civil nos dé más información.» Llegué a la redacción de madrugada. A la hora en la que normalmente la rotativa estaba ya preparando los ejemplares del día. Un detalle que delató la gravedad del asunto es que cuando entré en la redacción estaban todos esperándome. Preparé la noticia y sobre las cuatro de la madrugada me marchaba a descansar porque el director quería que a las 7 estuviera allí. «Cuando salga el sol, tenéis que estar en el camping.»
Así que, sin apenas dormir, emprendimos —el fotógrafo, un amigo suyo que le iba a ayudar con otra cámara y yo— la ruta hacia el horror. «Ahora sí que vamos a ver cómo está todo.» Varios kilómetros antes de llegar el paisaje era desolador: Todo arrasado, coches volcados, caravanas apoyadas en árboles… piedras gigantescas en el cauce del río Gállego y fuera de él «Uyyyyy aquí hay más de tres muertos» (era la cifra oficial de la pasada madrugada).
Tan pronto llegamos, que el operativo todavía estaba recibiendo las órdenes (bomberos, ejército, guardia civil…protección civil, voluntarios…) Impresionaba ver todo ese desastre —con la incertidumbre de cuántos muertos habrá en este espacio— y lo pudimos comprobar de inmediato.
La que era piscina del camping estaba nivelada al suelo y en el vaso, relleno de barro, había una caravana. «Haz una foto, por favor.» En estas, me agacho para ver cómo podía estar ahí. Era como si la hubiesen aparcado… y veo que justo en el hueco entre el fango y los bajos de la caravana había una cabeza con los ojos abiertos. «¡Hay una persona!» —que yo creía estaba viva— así que avisamos a los bomberos que acababan de llegar. Se asomaron y me dijeron que me retirara y que les avisara de cuanto viera, que ellos se encargaban… claro.
Durante la primera y larga jornada vi cadáveres de bebés, mujeres y hombres de todas edades. Una mano que sobresale del barro, un cuerpecito mezclado con ramas, el helicóptero sobrevolando la zona, unas veces inspeccionando y otras transportando cadáveres. Familiares desesperados llamando a gritos a sus desaparecidos. Unos se reencontraban, pero otros recibían la terrible noticia. La pista de hielo de Jaca se convirtió en depósito y hasta allí acudían muchas personas a identificar los restos.
A todo esto, en esas dos semanas en que se prolongó la búsqueda de los 86 cadáveres que dejó la avalancha de agua, lodo y piedras, los periodistas teníamos que estar pendientes de las visitas de los presidentes de España, Aragón, Cataluña, País Vasco, Valencia… Hasta los Reyes acudieron. Y todo ese maremágnum, esa intensidad, nos convirtió —o al menos, así lo sentí yo— en observadores y transmisores del sufrimiento, del caos, de la tragedia que allí se había producido. Visto, oído, procesado y contado de la mejor forma que sabía.
Después de pasar todo el día en Biescas —la mayoría de las jornadas sin comer— llegábamos a la redacción y había que plasmar en páginas y páginas todo lo recabado. Y, mientras, la ciudad, mi ciudad, estaba en fiestas —de baja intensidad, porque así se decretó, pero en un ambiente que a mí, particularmente, me repelía (y eso que era mi sección)—. Nadie me preguntó cómo estaba, cómo me sentía… Y, realmente, estaba mal. Los primeros síntomas fueron de ansiedad. Sucedió en el parking de mi vivienda. La luz general se apagó y me quedé paralizada. No pude dar un paso y empecé a gritar. ¿Me habré vuelto loca? La ansiedad se manifestaba en el insomnio que me estaba atormentando. Llegaba cansadísima, agotada física y mentalmente. Constantemente me repetía ¿cómo ha podido pasar? No podía olvidar la cara de la persona que estaba bajo la caravana, ni la mano que sobresalía del fango, ni los pequeños cuerpos… Procuraba, cada mañana, concienciarme de que lo iba a ver lo tenía que hacer como si fuese una película que luego tenía que contar. Era mi mecanismo de defensa. Sin embargo, no podía dejar de pensar en las tragedias individuales, en las familias que me habían relatado su vivencia, que me planteaban qué haría yo si estuviese en su lugar, buscando desaparecidos —dándolos por muertos, pero con esperanza de encontrarlos—. En fin, para mí fueron días, semanas y meses tratando de alejarme del suceso. De hecho, mientras redacto este testimonio, me doy cuenta de que he olvidado mucho de lo que creí que nunca podría olvidar.
Cuando se dio por finalizado el operativo, pedí que me alejaran del caso. Entonces, compulsivamente empecé a contar entre llantos lo mal que estaba por culpa de haber visto tanta tragedia. Rogué que se destruyeran las fotos (en papel) de esas imágenes que yo misma le había dicho al fotógrafo que captara y, por supuesto, lo hicieron. Nunca las iban a publicar y solo me causaban sufrimiento a mí… Para los demás formaban parte del horror, pero a mí me habían marcado para siempre.
No fui al psicólogo, no recibí atención en ese sentido… quizá me hubiera ido bien para asimilar las consecuencias de lo que pasó. Cada vez que paso por ese paraje no puedo verlo como está sino como lo recuerdo. Posteriormente, el fotógrafo —Pablo Segura— y yo recordamos, sin entrar en esos detalles que tanto nos marcaron, cómo pudimos soportar la tensión de esos días sin contar con la ayuda psicológica que, seguramente, nos hubiera ido muy bien.
Yo no estaba preparada… pero ¿quién lo está?
- Yo no estaba preparada - 13 enero, 2013
Hola Lourdes y compañeros,
en primer lugar decirte que me siento totalmente reflejado a través de tu relato y si estoy escribiendo en estos momentos es por que pienso que es muy difícil superarlo, mejor dicho olvidarlo. Yo pertenecía a la Agrupación de Bomberos Voluntarios de Jaca y nos presentamos para ayudar en lo posible. Organizamos la recepción de las victimas en Jaca, unas lineas telefónicas para informar a los familiares, todo ello en unas naves que intentamos acondicionar, hasta que a la noche siguiente se decidió trasladar todo el operativo a la pista de Hielo. La tragedia ya la conocéis todos y no voy a extenderme en ella. Simplemente comentaros que estuve muchos meses afectado directamente, lo que llaman fase de reacción, sin saber a ciencia cierta que había sufrido un estres post-traumático. Sigo en el mundo de las emergencias y creo que todos los que nos vimos inmersos en la catástrofe nunca podremos olvidarla.
Un abrazo
Eric
Hola buenas noches, me ha estremecido tus palabras..no es facil de recordar…yo pude sobrevivir nose ni como, ibamos con una tienda de campaña y yo tendria unos 4 años…es horrible…
Hola Nuria!
Piensa que fue una suerte tremenda que pudieráis superar esa tragedia.
Fuerte abrazo
Saludos
Lourdes
Hola Lourdes me ha encantado tu articulo, yo fui una de las victimas de esa riada yo y toda mi familia y puedo entender perfectamente algunas cosas, aunque tenia 6 años, recuerdo con afilada claridad algunas cosas, la niña con un agujero en la cabeza, el ruido de las rocas al rodar, el hielo y la cara del hombre que probablemente salvo mi vida y la de mi familia cuando nos golpeo con su coche, hacia mucho que no pensaba en ello pero hoy ha salido en la conversación de la comida y no recordaba muy bien en que fecha fue, así que lo he buscado y he encontrado tu articulo,se que era tu trabajo pero gracias por dar a conocer tus vivencias en un tono tan personal, es reconfortante muchas cosas se perdieron allí entre el agua y el barro, pero al mismo tiempo otras se ganaron, también salieron personas que se volverían mas fuertes. Un saludo
Hola Adrián!
Muchas gracias por tus palabras.
Fuistéis afortunados y, como dices, las personas nos hacemos más fuertes conforme asimilamos vivencias traumáticas.
Me alegro de que no os pasara nada grave.
Tengo curiosidad por saber si habéis vuelto a ir de cámping.
Saludos y fuerte abrazo para ti y tu familia.
Lourdes
Hola,
Es espeluznante lo que cuentas, yo recuerdo aquello como si fuese ayer.
Entonces yo tenía 17 años y mi familia y yo nos disponíamos a ir a Biescas aquel verano porque ya conocíamos la zona y hablaban muy bien de ese camping, llegamos al camping Las Nieves, mi padre preguntó en recepción si estaban otros familiares que habían subido unos días antes pero no estaban y es que el camping estaba tan lleno que no se pudieron quedar, probablemente «gracias» a esa casualidad yo pueda estar escribiendo estas líneas.
La familia de mi padre y nosotros pasamos esos días en otro camping cercano. Cuando pasó la tragedia mi padre y otros hombres acudieron al lugar porque recuerdo que por la radio pedían voluntarios para la búsqueda de las personas desaparecidas pero cuando llegaron al sitio no los dejaron acceder debido a lo dantesco que había. Recuerdo que estuvieron bastantes días en shock. Núnca olvidaré lo que sentí cuando vi en lo que se había convertido ese camping y en lo que nos podría haber pasado.
Hola, gracias por la valentía de tu relato. Me ha impresionado mucho. Yo ésas vacaciones estaba haciendo una gran ruta de montaña con mis padres y amigos suyos. Por la tormenta tuvimos que anular ésa etapa y bajar al pueblo más cercano. Desde allí luego mis padres y sus amigos volvieron a por los coches que estaban en otro pueblo y luego a por nosotros. En la carretera nos paró la guardia civil porque no podíamos ni seguir ni dar marcha atrás del atasco que había. El motivo: una gran tromba de agua había cortado el acceso a Biescas. Vamos que fue justo en la noche que relatas. Creo que eran las 21 de la noche. La oscuridad era intensa. Seguía lloviendo. Al día siguiente nos enteramos en el pueblo de lo sucedido. Puufff durante ése tiempo de viaje en coche hasta Biescas hasta que nos paro la Guardia Civil, ante el tiempo que hacía, mis padres y sus amigos hablaron de hacer noche en el camping porque ya era muy tarde. Así que nuestra expresión al día siguiente fue de incredulidad. Siento mucho desde siempre dicha tragedia, no por sentirlo por pena, sino porque es algo horrible que nos pudo haber pasado. Siento que lo vivieras. Nadie merece ver éstas cosas ni siquiera tener que contarlas. Pero gracias por compartir y desahogarte.
Nadie puede estar totalmente preparado para hacer frente a situaciones de emergencia, Incluso los que llevamos muchos años en ese mundo, y hemos vistos casi de todo, hay ciertas imágenes que te impactan y te dejan marcado. (tu primer muerto, el primer atentado o atropello de tren, y sobre todo los niños) Yo llevo mas de 35 años en esto, y todavía mantengo algunas imagenes,
Yo llegué a Biescas a la madrugada siguiente, estuve como psicólogo con las familias, hasta que se bajaron todos a Jaca. Entonces, con mis compañeros de Protección Civi, estuvimos en el camping buscando víctimas.
Creo que deberías haber pedido ayuda en aquel momento, pero ciendo los términos de tu artículo, quizás te vendría recurrir a algún psicólogo que trabaje con el Estrés Postrúmático.
Saludos
Juanjo Briega
Gracias por tu comentario y consejo. Lo cierto es que con este artículo quería reflejar cómo me impactó el que sería mi primer «suceso de calado». Procuré vivir esos días marcando distancias con la tragedia, pero me resultaba imposible no desahogarme con mis amigos. Después de lo de Biescas vendrían otras noticias sobre muertes violentas y desgracias ajenas que forman parte de mi «mochila». Qué le vamos a hacer!! No todo iban a ser inauguraciones de exposiciones de arte.
Saludos!
Un relato apasionante de una gran accion.