El martes 6 de agosto del 2013, a las 9:38 horas, un edificio de calle Salta al 2141, en zona céntrica de la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina, explotó tras un escape de gas. Se convirtió en la peor tragedia en la historia de la ciudad, según calificaron algunos medios, lamentándose el fallecimiento de 22 personas y que 70 resultaran heridas1.
Al funcionar como chimenea para el gas, el edificio resultó devastado: el cuerpo central de 9 pisos se derrumbó y los otros dos fueron destruidos en gran parte, quedando en peligro de derrumbe.
Los edificios aledaños también sufrieron las graves secuelas al romperse vidrios, ventanas y puertas. La onda expansiva alcanzó los 500 metros, originando serios daños. No se analizará aquí la evidente falta de respuesta a tiempo por los responsables del suministro de gas y administración del servicio por no ser objeto del presente trabajo, aunque claramente este desastre pudo ser evitado.
En el presente artículo se comparte la experiencia de trabajo llevada a cabo por integrantes de nuestro equipo de investigación, en una Jornada organizada por el Colegio de Trabajadores Sociales de Rosario, realizada 40 días después del suceso, con trabajadoras sociales que intervinieron en esta situación de desastre.
La propuesta de trabajo
El Colegio Profesional manifestó a nuestro equipo de investigación —perteneciente a la Facultad de Trabajo Social, de la Universidad Nacional de Entre Ríos— su interés de organizar en conjunto una Jornada para compartir y analizar las vivencias, emociones experimentadas y las intervenciones desplegadas que, dada la urgencia de la situación acontecida, no habían encontrado su tiempo ni espacio para poder expresarse y trabajar sobre ellas a partir de una reflexión sobre lo ocurrido.
Es habitual en el trabajo de nuestro equipo, acompañar este tipo de iniciativas, partiendo de los emergentes planteados por los participantes, con el objetivo de aportar herramientas de análisis, contención y capacitación que permitan contribuir a futuras intervenciones en situaciones de desastre, que incluyan el propio cuidado de los profesionales intervinientes, ya que también suelen resultar afectados de manera indirecta
Tragedia fue la palabra elegida y socializada por los medios de comunicación para referirse a lo sucedido en Rosario. La noticia adquirió inmediatamente repercusión regional, nacional e internacional. También fue la palabra elegida por el Colegio Profesional para nombrar la Jornada. Tragedia tiene una connotación ligada a lo terrible2; connota el impacto que produjo en la ciudadanía y especialmente en los habitantes de esta ciudad.
Nos parece importante señalar que dado nuestro marco conceptual, este evento constituyó un ‘desastre’ entendiéndolo, no como un “producto”, un hecho consumado e inevitable, sino como “proceso”, poniendo el foco en las condiciones sociales y naturales que en su dinámica de interacción proveen las condiciones para que los desastres sucedan. Esto implica un profundo conocimiento del tiempo, la historia, el territorio y los núcleos humanos. Esta concepción se inscribe en los estudios de la “construcción social del riesgo” que incluyen la noción de “ciclo o continuo del riesgo” del cual el desastre es un momento que implica una transformación y una nueva construcción del riesgo en el espacio societal.
Este planteo es el que ha prevalecido en los últimos años en los estudios sobre desastres o catástrofes en América Latina.
En relación a este concepto Beck (1998) y otros autores aportan las características constitutivas de lo que denominan “sociedad del riesgo” y señalan que en la modernidad avanzada, la producción social de riqueza está acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos a causa de los avances científico-técnicos. La ampliación social del riesgo es la contracara “no deseada” de la sobreproducción industrial.
Para Moty Benyacar(2006: 115 y ss.) existen dos grandes tipos de catástrofes (o desastres): las provocadas por el hombre y las que son productos de los fenómenos naturales. Cada una de ellas posee rasgos singulares que importa considerar: previsibles/no previsibles, fugaces/prolongadas, transitorias/permanentes, selectivas/masivas, individuales/colectivas. El autor advierte que aun cuando el agente etiológico de un desastre es un fenómeno “natural”, hubo previamente decisiones y acciones humanas que influyeron sobre el resultado.
La Doctora Claudia Natenzon (2007) y su equipo de investigación (PIRNA) nos aportan otras dimensiones para comprender la complejidad del proceso del riesgo. Estas son: la peligrosidad (aspectos naturales), la vulnerabilidad social, la exposición (uso del suelo y planificación, obras ingenieriles) en la que se combinan peligrosidad y vulnerabilidad.
Debemos considerar que el incesante crecimiento de las grandes urbes (como es el caso de Rosario) no se entrelaza muchas veces con la debida planificación urbana, y las consecuentes decisiones y acciones (llamadas “medidas no estructurales”) para tender a la reducción del riesgo, sino que , por el contrario, suelen postergarse obras necesarias, así como tareas de mantenimiento y adecuaciones en las redes de suministro y/o acceso a todos los servicios básicos: sea agua potable, cloacas, electricidad y gas (como fue el caso específico que nos ocupa). O bien, las debidas inspecciones periódicas para garantizar servicios adecuados y “seguros”.
Lo planteado alude claramente a las responsabilidades no sólo técnicas sino centralmente políticas, que les compete cumplir a los actores estatales y entes privados específicamente vinculadas al suministro y control de diversos servicios. Cuando este deber es incumplido, las consecuencias son muy graves, no sólo por aumentar el nivel de riesgo para la población, sino por llegar a constituirse en factor antrópico en la efectiva producción de un desastre, como lo fue “la tragedia de calle Salta”. Frente a esto, es indispensable que el Estado avance en las correspondientes investigaciones y se juzgue a los responsables.
La singularidad de la situación
Lo acontecido el 6 de agosto en Rosario constituyó una situación de intervención inédita para la profesionales ligadas al Trabajo Social, por diferir de sus experiencias en inundaciones, producidas con cierta periodicidad en esta ciudad así como en otras localidades de la región litoral a la que Rosario pertenece.
«No era la primera vez pero era diferente, esta emergencia tenía otras características que la inundación a la que estamos habituadas…».
Al consultarlas, señalaron que sintieron la diferencia de no encontrarse en la primera línea de intervención, sino que esta vez allí estaban los bomberos, los trabajadores de emergencia sanitaria y de defensa civil.
«Nosotros un paso más atrás, en un segundo nivel de exposición luego de los rescatistas. Estar ahí, no era la primera línea de trabajo».
Otra particularidad consistió en que la población afectada por este desastre pertenece a un sector de clase media, no presentando la condición de vulnerabilidad socio-económica en la que se encuentran la mayoría de los sujetos con los que intervienen las trabajadoras sociales y de los que resultan ser los más afectados en eventos catastróficos.
Días después de este desastre, siete familias de un barrio periférico de la ciudad, perdieron sus viviendas a causa de un incendio, con el consecuente impacto emocional y severas pérdidas materiales para sus habitantes y que, a diferencia del evento de calle Salta, contó con escasa cobertura mediática, produciéndose entonces una respuesta de las instituciones —y de la ciudadanía en general— muy diferente.
Ambos hechos en la misma ciudad, en escenarios distintos, con diversidad de actores, con connotaciones diferentes, provocaron debates en diferentes ámbitos laborales y gremiales de las profesionales, respecto a cuál debía ser la respuesta desde “el Trabajo Social” en eventos como estos, interrogándose si podían “descuidar el habitual lugar de trabajo”.
Desde el análisis producido en conjunto en esta jornada, hubo acuerdo en que el Trabajo Social reafirma su intervención por el fortalecimiento de los sectores más vulnerables en la resolución de diversas problemáticas de su vida cotidiana.
Asimismo se consideró que en toda situación de desastre, los sujetos directamente damnificados y sus comunidades, viven una afectación, desestructuración, desorganización, que requiere debida asistencia con respuestas institucionales apropiadas, que incluye la intervención de todos los profesionales idóneos en la materia. Por ende, hubo consenso respecto a la competencia de la intervención de los trabajadores sociales en este escenario.
Estimamos importante continuar profundizando los debates teóricos, metodológicos, éticos y políticos que se suscitaron a partir de este hecho y que exceden los alcances de este artículo.
Respecto a la intervención
Los profesionales fueron reconstruyendo las intervenciones que desarrollaron a partir de que tomaron conocimiento de lo ocurrido, lo que les exigió sobreponerse al impacto vivido frente a la noticia y establecer rápidamente prioridades de intervención.
En el ejercicio de funciones de coordinación o dirección de equipos es indispensable generar líneas coherentes e integradoras de acciones entre quienes van a intervenir. La prioridad es organizar espacios, escuchar, asistir, contener, por tanto es imprescindible que el propio equipo sea percibido como organizado y en condiciones de ejercer su propio control y su propio cuidado.
Al Hospital de Emergencias, comenzaron a llegar los damnificados, «no se acordaban nombres, números de teléfonos, no se acordaban lo que estaban haciendo antes de la explosión, era gente lastimada […] que se encontraba perdida, desorientada…».
Las profesionales intervinieron ayudándolos a recordar —en la medida de lo posible— qué habían previsto o planificado para ese día, de manera que pudieran reubicarse nuevamente espacial y temporalmente.
Además «hubo que intervenir conteniendo a algunos afectados que querían volver a entrar —a sus hogares— […] había que calmarlos».
La intervención fue también con los familiares directos.
«Una hora después de la explosión ya se sabía qué familiares buscaban a otros, tratamos de reconstruir lo último que habían hablado con ellos, qué habían dicho, qué tenían que hacer ese día».
De esa manera, los profesionales generaron un espacio apropiado para la escucha, el diálogo y la contención. Valoraron la presencia de otros profesionales, formados específicamente en la perspectiva de salud mental. Dada nuestra trayectoria como equipo de investigación, consideramos importante que los trabajadores sociales junto a otros profesionales, integren equipos de salud mental con una perspectiva psico-social, superando las fragmentaciones y barreras disciplinares que suelen ponerse de manifiesto en escenarios de estas características en nuestro país.
Se planteó la importancia que adquiere en estos primeros momentos, luego de producido un desastre, trabajar en el armado de dispositivos que den algunas certezas a los afectados. La necesidad de religar, de reencontrarse rápidamente con sus referentes afectivos, familiares, amigos, para poder localizarlos a la brevedad.
La escucha activa, la contención, el acompañamiento a los sujetos afectados fueron actitudes asumidas claramente por las trabajadoras sociales.
Valoraron como importante y pertinente este modo de “estar junto al otro”, en el marco de la intervención. Lo que se denomina “intervención por presencia” (BENYAKAR: 2006) se caracteriza porque los profesionales están disponibles y en contacto directo con las personas involucradas en la catástrofe. Crocq, Doutheau y Salham (1987. En BENYAKAR: ibíd., p. 121) señalan también la importancia de esta forma de intervención ya que posibilita que los damnificados reconozcan su situación como tales.
La conexión emocional permite el establecimiento de un primer contacto con las personas afectadas, facilitando la comunicación con ellas y permitiendo la expresión de la experiencia vivida; otorgándole la oportunidad de sentirse comprendida, reconocida, permitiendo así el contacto del afectado con la situación.
Otra acción desarrollada, cuando las autoridades así lo permitieron, consistió en acompañar a diferentes personas a ingresar a sus casas a buscar distintos elementos de la cotidianeidad, previa a la explosión.
Analizamos cómo opera en los sujetos la vivencia de haber pasado por una situación que hasta el momento resultaba de “el orden de lo impensado”, la posibilidad de la propia muerte; sumado al dolor por el fallecimiento de familiares o vecinos, habitantes del mismo edificio; además de las pérdidas materiales y la necesidad inminente de resolver a dónde trasladarse —o dónde ser ubicado— para vivir en el futuro inmediato, con todos los cambios que ello implica en sus vidas cotidianas.
Importa destacar que este tipo de intervención requiere de una adecuada formación por parte de los agentes intervinientes. No todos los profesionales pueden afrontar esta tarea. Se deben reconocer los propios límites en este sentido para prevenir consecuencias vinculadas a su propia afectación subjetiva.
Manifestaciones de afectación subjetiva
Un eje central y en coincidencia con el objetivo de esta jornada, giró en torno a la “afectación subjetiva” de las profesionales que intervinieron en este evento.
Este concepto de afectación subjetiva3 incluye y trasciende el de “impacto emocional”4 dado que entendemos por afectación subjetiva a las consecuencias sobre los agentes, profesionales intervinientes, que se manifiestan en daños o perjuicios potenciales, alterando o modificando algo no necesaria o excluyentemente en sentido de daño o perjuicio. Compartiendo lo que sostiene Agamben (2000) la vida humana son los modos, actos y procesos singulares de vivir que nunca son plenamente hechos; sino posibilidades y potencias múltiples indeterminadas.
Adherimos a lo que Ana María Fernández (Fernández y Cols.: 2006) sostiene por “subjetividad”, cuando afirma que: “no es sinónimo de sujeto psíquico, que no es mental o discursivo, sino que engloba las acciones y las prácticas, los cuerpos y sus intensidades que se producen en el entre con otros, y que es por tanto, un nudo de múltiples inscripciones deseantes, históricas, políticas, económicas, simbólicas, psíquicas, sexuales, los subjetivo como proceso, como devenir en permanente transformación y no como algo dado”.
A partir del trabajo compartido con las profesionales, fueron reiteradas las veces en donde surgieron expresiones en alusión a la experiencia vivida. Sensaciones tales como de primer impacto y movilización ante el conocimiento de la noticia sobre lo ocurrido, con la consecuente desorientación sobre qué hacer ante el hecho, seguidas de sentimientos de incertidumbre, angustia, bronca y contradicciones; estos fueron algunos estados emocionales prevalecientes que vivenciaron5 las profesionales. Si bien no fue la primera vez que la mayoría intervenía en situaciones de emergencia, aparecieron frases como: “esta vez…no sabía qué hacer”.
Volvemos a destacar que este suceso revistió las características del orden de lo inesperado, por las particularidades del mismo, no solo para los damnificados directos e indirectos, sino también por la afectación que sufrieron las profesionales que intervinieron, poniendo en primer lugar la pregunta acerca de cómo intervenir y además por haber estado posicionadas —como mencionamos anteriormente— en un segundo plano de intervención.
Se retomó la importancia de pensar cómo cada uno se conecta internamente con las situaciones de emergencia, también las implicancias particulares frente a cada situación de desastre que atraviesan subjetivamente a quienes intervienen. La necesidad de respetar “lo sentido” y tener la posibilidad de trabajarlo.
Algunas conclusiones
El escenario que se configura en una situación de desastre o catástrofe tiene connotaciones muy singulares, con múltiples actores “en escena” que interactúan de diversas maneras, primero en simultáneo, o en apariciones y acciones, algunas sucesivas, otras superpuestas.
Una particularidad que suele reiterarse en estos escenarios, es que no hay un guion claramente escrito y/o dado a conocer a todos los intérpretes. Por empezar, algunos de los actores no cuentan con ningún libreto que los oriente respecto a cómo actuar (los afectados en forma directa por el desastre) y que están sometidos a un profundo impacto por encontrarse en la escena sin haber planificado ni querido estar allí. Otros actores tienen un libreto preciso, debidamente pre-establecido y muy bien aprehendido (personal de emergencia, bomberos, defensa civil, en el tipo de desastre que estamos analizando). Aparecen algunos, que aunque con interés genuino en participar de la mejor manera, irrumpen en la escena, con “su propio guion”, dificultando la actuación de los otros (por ejemplo los medios de comunicación). Y también hay intérpretes con un libreto que plantea algunas líneas muy claras e internalizadas (propias de su formación profesional específica, como es el caso de los trabajadores sociales) pero otras líneas se encuentran borrosas, confusas, obstaculizando su “actuación”.
Lo planteado nos permite comprender expresiones de confusión, desorientación y frustración manifestada por diversas profesionales intervinientes en este evento de Rosario, semejantes a las que identificamos en la investigación realizada sobre las intervenciones desplegadas en las inundaciones producidas en los años 2003 y 2007 en la ciudad de Santa Fe6. (DE RISO, Silvia y otras: 2012)
- «Teníamos que ir frenando el acoso de los periodistas, de las organizaciones no gubernamentales».
- “No saber para qué iba y en qué podía acompañar”, “desorientación, incertidumbre”, “angustia”, “por momentos sensación de parálisis”.
- «Los obstáculos que cada uno encontró para la construcción de un ‘protocolo de actuación en emergencia’».
La falta de claridad y precisión de los libretos, así como la adecuada interpretación acorde al guion, excede a los actores en su interés y voluntad de “desarrollar adecuadamente su papel”. Esto es responsabilidad central del “autor” y “director” (referentes del Estado municipal y provincial) de la “obra” (Plan de Contingencia y Protocolos de Intervención), que deben arbitrar todos los medios necesarios para que la misma se interprete como una unidad integrada, previendo las distintas escenas que la constituyen, con todos los actores (institucionales-profesionales) debidamente preparados.
Pero, a su vez, como se suele evidenciar en las tramas complejas y contradictorias de lo social, las participantes de la Jornada plantearon aspectos particularmente valorados:
- «Se logró coordinar acciones entre municipio, provincia y nación; hubo apoyo de la gente de Desarrollo Social de la Nación que pusieron recursos y equipos de salud mental a disposición para trabajar…».
- «La devolución de la gente, con mucho agradecimiento, sentí que otro me reconocía (en este ida y vuelta)».
- «La posibilidad de repensar con otros (profesionales, conocidos, familia) el trabajo cotidiano».
- «La experiencia previa adquirida que me brindó ciertos elementos necesarios para afrontar ese momento».
- «Pensar lo que se hace y saber lo que se piensa».
- «La vivencia fue muy movilizadora en lo personal, profesional, pero también en lo institucional. Se demostró que se podía construir y articular dispositivos innovadores apropiados para esas circunstancias. Se pudieron armar equipos interdisciplinarios entre profesionales de diferentes efectores, etc.».
Estas expresiones estarían planteando un avance respecto a las dificultades que habitualmente se han presentado en las intervenciones en situaciones de desastre o catástrofe en nuestro país, y que han sido planteadas en investigaciones realizadas en los últimos años. Nos referimos a la identificación de diversos obstáculos formales que impiden la articulación entre instituciones, así como dificultades —o incluso falta— de comunicación, rivalidades, resistencias para el trabajo integrado; falta de conocimiento o informaciones contradictorias respecto a los Planes de Contingencia o sobre diversos recursos existentes en cada ciudad por parte de organizaciones estatales y de la sociedad civil; ausencia o conflictos en la coordinación y articulación (por ende superposición) entre diversos actores a nivel multisectorial y de distintos niveles del Estado (nacional, provincial y municipal); ausencia de conocimientos sobre modos de actuación ante potenciales situaciones de desastre por parte de la ciudadanía, escasas experiencias de “simulacros” para organizar evacuación de edificios públicos, entre otras prácticas posibles de instrumentar, etc.
A esto sumamos nuestro interrogante, objeto de una investigación actualmente en curso, respecto a qué propuestas de formación específica en esta temática, existen actualmente en las carreras de ciencias sociales y humanas, de las universidades públicas argentinas.
Consideramos un deber ético y político problematizar, cuestionar, poner claramente en evidencia las dificultades y obstáculos que suelen presentarse, como factores de riesgo que potencian aún más, las consecuencias de por sí siempre severas de los desastres. Y también destacar los aciertos, los logros producidos en algunas ocasiones por el despliegue de intervenciones adecuadas.
Esto lo planteamos con la intención de que se plasmen —y/o fortalezcan— las decisiones y acciones pertinentes en los diferentes niveles gubernamentales, en las instituciones del estado, así como por parte de diversos actores de la sociedad civil.
Para culminar, las trabajadoras sociales, además de valorar positivamente esta instancia, como espacio de información, análisis, debate y reflexión acerca de la intervención, plantearon las siguientes propuestas:
- «Necesitamos espacios de formación, necesitamos redefinir conceptos, posturas para perfeccionar este tipo de prácticas y no desestimar la formación permanente». «Acompañamiento y contención de los Trabajadores Sociales intervinientes». «Cuidar no sólo a los ‘otros’, también a los trabajadores».
- «Armar equipos desde cada Secretaría con los perfiles profesionales con los que se cuenta para trabajar en la emergencia/urgencia». «Es necesario volcar esta experiencia y que estén establecidas las responsabilidades de cada área (municipal, provincial, nacional, ONG, etc.) ante próximas situaciones».
Es indispensable continuar trabajando sobre lo planteado, ya que las principales falencias reconocidas en estas situaciones están dadas por la actuación sin una reflexión sobre lo actuado, producto de la urgencia; la suma de buenas voluntades sin una adecuada formación u organización, el desgaste producido en el trabajador en situación de emergencia, con las consecuentes repercusiones en su salud mental, y la falta de capitalización de experiencias que permitan una mayor preparación y un mejor desempeño en futuras catástrofes.
Como universitarios continuaremos trabajando en investigación, docencia y extensión, para contribuir a la formación (tanto en instancias de grado, posgrado, o formación continua) de profesionales críticos, preparados para conformar —o fortalecer, si ya los integran— equipos interdisciplinarios comprometidos en desplegar intervenciones complejas en situaciones como las que aquí analizamos, así como también contribuir a la capacitación de distintos actores de nuestra sociedad.
Bibliografía
- AGAMBEN, Giorgio (2000). Lo que queda de Auschwitz. Valencia: Pretextos.
- BECK, Ulrich (1998). La Sociedad del Riesgo. Hacia una nueva modernidad. Buenos Aires: Editorial Paidós. [Originalmente publicado en 1986]
- BENYAKAR, Moty (2006). Lo disruptivo. Amenazas individuales y colectivas: el psiquismo ante guerras, terrorismos y catástrofes sociales. 2ª. ed. Buenos Aires: Editorial Biblos.
- DE RISO, Silvia y otras (2012). Situaciones de desastre o catástrofe: agentes y dispositivos de intervención. Paraná, Argentina: Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de Entre Ríos.
- FERNÁNDEZ, Ana María y Colaboradores (2006). Entre los uno y lo múltiple. Guadalajara: Editorial Universitaria.
- NATENZON, Claudia (2007). La vulnerabilidad social como dimensión del riesgo. Análisis de la zona costera del Río de la plata. En FERNÁNDEZ CASO, María Victoria (Coord.). Geografía y territorios en transformación. Nuevos temas para pensar la enseñanza. Buenos Aires: Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico.
- SAINZ, Susana (2000). Trabajadores de emergencia social: impacto emocional, efectos, estrategias para enfrentarlos. En: Temas de Psicología Social N° 19. Publicación de la Para la Escuela de Psicología Social. Bs. As.
Notas:
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1. Rosario es la tercera ciudad más habitada de Argentina, superando el millón de habitantes. La urbe ocupa cerca de 178 km2, y su densidad poblacional es de 5726hab/km2. Ubicada a 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, se encuentra en un punto geográficamente estratégico: el núcleo de una productiva región agroeconómica. Rosario además cuenta con una serie de puertos sobre el río Paraná, en los que se embarca cerca del 80% de la producción de granos y sus derivados del país.
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2. Con origen en la Antigua Grecia, la Tragedia es una representación teatral, variante del género del drama. En dichas representaciones, los personajes encuentran inevitablemente su destrucción luego de verse enfrentados a fuerzas que traman contra ellos.
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3. Afectación puede entenderse como cambio o modificación que sufre algo, pudiendo suponer alguna lesión o perjuicio.
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4. Tal como señaláramos en un artículo publicado en esta misma revista en el año 2012, la doctora Susana Sainz (2000) se refiere al “impacto emocional”, y lo describe como un “estado emotivo intenso de breve duración provocado por un evento disruptivo de fuerte repercusión psicobiosocial que se manifiesta en diferentes niveles: subjetivo, neurofisiológico, e interaccional e incide positiva o negativamente en diferentes funciones: adaptación corporal, comunicación social y registro subjetivo cognitivo”.
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5. Vivencia: vocablo que alude a la repercusión subjetiva que la diferencia del evento que le dio origen.
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6. Santa Fe, ciudad argentina, cabecera de la provincia homónima, donde se sitúa Rosario.