Accidente de Verín: 20 años después

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Dos familiares se despiden antes de salir hacia Orense

Dos familiares se despiden antes de salir hacia Orense

El viernes, 3 de julio de 1987 tuvo lugar uno de los accidentes de carretera más graves de España. 38 altoaragoneses, además de la guía turística y el conductor del autobús perdían la vida en la proximidad de Alvarellos, en la comarca orensana de Verín, al caer el vehículo en el que viajaban  por un terraplén. La mayor parte de las víctimas eran de Sariñena. La asociación de mayores de la población monegrina había organizado el viaje que finalizó en tragedia. Dos décadas después, este reportaje recoge el testimonio de tres personas que vivieron en primera persona este capítulo de la historia, que tuvo un gran eco mediático, y que se conserva en la memoria colectiva de todo un pueblo.

“Recordar siempre duele, lo tienes que recordar porque es tu vida, pero tienes un sentimiento muy profundo. […] La mente es selectiva, muchos de estos recuerdos, los más desagradables los borra. Ahora me acuerdo, pero sólo en según que momentos, porque si no sería imposible vivir, tendrías siempre esa tragedia en el pensamiento.” Han pasado 20 años y a René Noguera, una de los seis supervivientes del fatídico accidente de Verín, todavía se le enturbian los ojos cuando echa la vista atrás y rememora los sucesos que tuvieron lugar en julio de 1987. René junto a otras 43 personas, la mayoría de ellas miembros de la Asociación de la Tercera Edad “San Antolín” de Sariñena, organizadora del viaje, disfrutaban de unas plácidas vacaciones por Galicia y el norte de Portugal.

Por la mañana salieron de Tuy para regresar por la carretera de Orense a Zamora. El accidente tuvo lugar hacia la una y media del mediodía, cuando el autobús se precipitó por un terraplén de 150 metros de profundidad. Era la última etapa del recorrido, una zona de profundas cuestas y pendientes. “Llegando a Verín, en el alto de las Estivadas, el autobús iba en malas condiciones y la bajada era muy fuerte. El conductor tocaba la bocina, avisando a todos que no podía controlarlo. Intentó ponerse en una pista de frenada, pero no pudo, vino un camión y dijeron después ¿por qué no se echó contra el camión? Iba pitando y avisando con la bocina que le dejaran paso porque el autobús cogió una velocidad de horror. Había un bar al borde de la carretera y cuando vieron pasar el autobús dijeron eso no acaba bien, esto va a ser una tragedia. Y así fue. Pasó una curva y a la siguiente se fue abajo. No la pudo controlar y se vino abajo. Yo la verdad es que me puse atrás porque me había hecho un esguince y era el único sitio para poder llevar la pierna en alto. La mente recuerda consejos que siempre mi marido me decía, si ves que vas a chocar, agárrate bien fuerte porque de rebote muere mucha gente. Eso es lo que hice, la mente me ordenó esto. Así fue el golpe, yo me hice una bola y el golpe lo recibí así. Me abrí la cabeza, pero como el autobús pegó otros golpes pues toda yo me quedé machacada, con cuatro costillas rotas, entre otras secuelas. Perdí el conocimiento y lo recobré dentro del autobús”. […]

«Creo que tardaron poco en rescatarnos, porque las personas que vieron el autobús desbocado ya dieron la voz de alarma. Hasta que llegaron las ambulancias, a mí me subieron cuesta arriba a rastras, tenía mucho dolor,… si hubiese sido otro tipo de golpe me hubiera quedado paralítica, pero la voluntad de la gente era ayudar. Arriba nos dejaron sentados hasta que llegó la ambulancia. Pero claro, la palabra que oí fue estos que tienen vida… me pusieron en una furgoneta, iba de un lado para otro, fatal, y durante el camino llegó la ambulancia y me trasladaron allí, ya en el hospital hubo una alarma general: un autobús y total que llegamos poquísimos con vida.”

Mientras esto sucedía en Verín, en Sariñena comenzaron a llegar las primeras noticias. En la capital monegrina se vivió el trágico accidente con terrible dolor y consternación. El Gobierno Civil fletó un autobús en el que se desplazaron unos 50 familiares de los accidentados para colaborar en la identificación de los cadáveres y con ellos viajó José Antonio Martínez Val, el entonces alcalde de Sariñena. Un joven de 35 años que vivió la tragedia desde la doble vertiente que supone ser un amigo de muchos que perdieron a sus padres y responsable de la vida local del ayuntamiento.

“Estaba en casa a la hora de comer, recuerdo que me llama Joaquín Anoro que luego tomó papel protagonista como responsable de la asociación de afectados, pero en aquel momento acudió como familiar de posible víctima, porque había oído la noticia en la radio y lamentablemente se confirmó lo peor: se trataba con toda seguridad del mismo autobús que fletó la asociación de mayores de Sariñena. A partir de ese momento, empieza esa incertidumbre: si es que ha habido muertos, quienes serán,…” […]

“Yo tuve información directa a través de Gobierno Civil de Huesca y conocí de antemano algunos nombres de algunos familiares que ya habían cogido el DNI y habían sido identificados como víctimas y la verdad es que algunos de ellos me impactaron mucho porque eran padres de amigos íntimos de toda la vida. Eso me obligó a mantener una compostura forzada pero obligada de tener cierta entereza, de no transmitir ninguna sensación y de salvaguardar cualquier información que generara primero pánico y después inseguridad. Nos pusimos en contacto inmediatamente con el Gobierno Civil se confirmó que el autobús era el de Sariñena y organizamos el viaje de ida. El mismo día a las 17 horas ya dispusimos de un autobús que partió desde el Hotel Anoro, se hizo de forma improvisada, con la presencia de familiares con más disponibilidad para hacer ese viaje. Fueron once horas muy duras de un recorrido largo, entonces no había móviles y cuando llegamos a Verín ya nos estaba recibiendo una expedición oficial. Tengo que decir que el gobernador civil de Orense se portó excepcionalmente tanto profesional como desde el punto de vista humano, se acercó a mí que era el portador oficial de todo ese dolor y tragedia. […]

“Lo más duro en ese momento fue tener que entrar en el pabellón donde se depositaban los cadáveres en unas cajas improvisadas muchas de ellas y en mantas y tener que identificar a algunas personas. Al ver las caras, que habías visto hace pocas semanas y tantas veces en la vida, eran de la edad de mi padre. Me puse a recordar que mi padre había fallecido cuatro años antes, con 66 años y era quinto de muchos de los que habían desaparecido y a él le podría haber ocurrido lo mismo. Todo esto te inunda de un profundo dolor de una rabia de por qué a nosotros, por qué tan cerca, pero al mismo tiempo esa obligación de saber estar, de guardar la serenidad y de formar parte de una comitiva oficial y luego de trasladar a los ciudadanos de Sariñena, a los hijos y hermanos de fallecidos, saber administrar esa información para evitar que el pánico se desatase, pero fue inevitable que las lágrimas inundarán aquel pabellón. Fue lo más duro el tener que identificar a esas víctimas, porque fui yo el primero que tuvo que entrar al pabellón. Las horas después hicieron compartido ese dolor entre los familiares.”

Inmaculada Loscertales es trabajadora social desde hace más de 20 años en Sariñena y vivió en primera línea la tragedia de Verín desde el punto de vista profesional y humano. “Cuando me enteré del accidente estaba en casa, una llamada telefónica me informó que había habido un accidente de autobús grave, con muchas personas de la zona afectadas y acudí al ayuntamiento de Sariñena para intentar apoyar. Recuerdo que atendí teléfonos, comuniqué noticias, conforme iban llegando los listados, intenté además apoyar a las personas que habían perdido familiares y estaban con todo el dolor y sufrimiento que traen las pérdidas. Recuerdo que todos los compañeros trabajadores del ayuntamiento se volcaron, nos repartimos los listados y recuerdo que conforme iban llegando las listas, llamábamos. De repente, los teléfonos dejaron de funcionar y Sariñena se quedó incomunicado. Estabas allí y no podías hacer nada y esa sensación de no poder hacer nada, de no poder comunicar, creaba una impotencia y un malestar terrible, porque el sufrimiento era muy alto. Se les confirmaba si su familiar estaba fallecido, estabas a su lado, en esos momentos sinceramente no soy capaz de valorar si hay consuelo, pero si apoyo, presencia física y cercanía y calor humano. Es lo que intenté hacer.”

En Verín los accidentados y sus familiares recibieron un trato exquisito, como explica René Noguera, “Nos acogieron muy bien. Yo aún no tenía constancia de la magnitud de la catástrofe, hasta después no lo supe. Al menos mi familia supo que yo estaba bien. Yo preguntaba por los demás y me decían: están en otros hospitales. Allí estaba yo sola, porque los que quedamos éramos cuatro señores más y yo. Vino mi hijo al día siguiente y la policía, todos preguntando yo informé un poco de lo que sabía, porque tampoco me querían decir todavía lo que había pasado.”

Según recuerda Martínez Val, “a partir del momento en que los familiares se hacen cargo de su propia tragedia, son ellos quienes transmiten a su propia familia la fatal noticia. Mi papel en ese momento ya era otro: organizar el retorno, y a un pueblo que iba a estar sumido en la tragedia, el dolor y la expectación. Sariñena demostró en esas horas, dos jornadas siguientes a la noticia, que era un pueblo que se supo unir ante una tragedia como la que se vivió. Yo lo viví desde la distancia física. Hasta últimas horas estuve en Galicia, comunicado con el concejal Luis Oliván, con el secretario Esteban Arenaz para saber que todo se estaba preparando e incluso donde debíamos hacer el entierro. Se decidió que fuera en el campo de fútbol, se pensó que incluso se pudiera hacer el sepelio oficial en la iglesia y se empezó a preparar para hacerlo dentro, pero se vio enseguida que esas dimensiones iban a desbordarse. Por unos momentos yo no sabía cómo iba a volver a Sariñena, porque el objetivo era que volviese antes que los familiares que retornaban en el mismo autobús que nos trajo a Orense, a la misma hora que los féretros, que venían en unos camiones isotermos preparados. En un momento el gobernador civil, me llevó hasta Santiago, se llamó a la Guardia Civil para que un helicóptero me trajera de propio a Sariñena, hasta el campo de fútbol se preparó por si llegábamos tarde, pero al final el helicóptero no estaba disponible y además no se trataba de una emergencia para evitar un servicio más importante que tuvieran que hacer. Al final vine en avión, desde Santiago a Barcelona. Y allí me esperaba un vehículo particular del gobernador civil de Barcelona que me trajo hasta Sariñena con la casualidad de que el chófer era de Sariñena y vinimos en 3 horas y media. Yo llegué a las 19.30 horas y me anticipé unas 5 ó 6 horas a la comitiva que venía después.”

Se trataba de uno de los accidentes nacionales más graves de carretera y las reacciones y muestras de apoyo llegaron desde las más altas instancias, desde la Casa Real hasta el Papa enviaron telegramas al consistorio. “Cuando llegué a Sariñena, todas las miradas se concentraban en mi persona que representaba  institucionalmente al pueblo y que había sido el embajador del dolor hasta que recibimos a nuestros cadáveres en Verín y eso no lo olvidaré nunca. Pero sobre todo esas miradas de apoyo, de calor, de dolor compartido, de aprecio, de solidaridad, por ser alcalde, por ser joven, porque vivía más en primera persona la obligación de responder a toda esa tragedia, no las olvidaré nunca. Eso es lo que más marcado me ha dejado en toda mi vida pública, la tragedia por el dolor y la sensación de apoyo y de solidaridad de compartir ese dolor en esos momentos y especialmente también en la gran ceremonia que se vivió dirigida desde el punto de vista eclesiástico por el obispo de Huesca, Javier Osés en el campo de fútbol y presidida por el presidente autonómico, Santiago Marraco. Nos sentimos arropados dentro del vacío generado por la ausencia de 38 ciudadanos que se fueron”, recuerda Martínez Val.

René se emociona al recordar cómo le recibieron sus vecinos tras la hospitalización, “tenían un sentimiento muy grande. Fue un recibimiento con mucho cariño. Tuve visitas de todos los familiares de las víctimas, venían preguntando cómo habían pasado sus últimos días. Yo agradezco a todos los vecinos que estuvieron conmigo, fue un consuelo para mí el ver que todo el mundo estaba pendiente de mí. Salía a la calle y todo el mundo me preguntaba. Fue muy emotivo y con mucho cariño. De cara a la recuperación se agradece mucho esta acogida. También te duele tener que hablar de todos los que perdieron allí la vida, pero la familia quería saber.”

El sentimiento de ausencia es el que quedó tras la tragedia, según Loscertales, “fallecieron personas con las que tenías contacto, los familiares te contaban he perdido a mis padres, a mi madre,… y ese recuerdo continuó durante bastante tiempo. Esa sensación de la ausencia y despiertas y te das cuenta que esas personas no están realmente y empieza el proceso de duelo, dolor y ausencia.”

Inmaculada vivió también la tragedia del camping de Biescas y opina que hay paralelismos entre ambas, “el paralelismo es la pérdida, el dolor, que produce esa pérdida y ante eso la persona que está allí tienes la sensación de que algo hay que aportar a ese dolor y la compañía y el calor humano es el que desde mi punto de vista fue común en las dos tragedias. […] Aquí el dolor está más concentrado, una de las ventajas de los pueblos es que nos conocemos y tienes relación con todo el mundo y a la gente le tienes el aprecio que da el conocimiento. Ante esto reacciona todo el pueblo, porque todos sienten esa pérdida y comparte con esa familia que está inmersa en el entorno ese dolor y ausencia.”

En opinión de Martínez Val, “el tiempo lo borra todo pero hay recuerdos que nunca se deben olvidar. Sariñena no tiene que olvidar nunca que a esa generación (la de los mayores que perecieron en el accidente) le tocó pagar un precio demasiado alto por alcanzar unos mínimos de calidad de vida, que eran simplemente moverse y viajar y conocer una España que en tiempos de libertad hay que conocerla y disfrutarla. La vida sigue y me imagino que los hijos de los que fallecieron se agarrarán a la ilusión de seguir viviendo, de recordar a sus familiares. Fue el mayor gesto de solidaridad, de apoyo colectivo y de calor humano que jamás nunca Sariñena ha vivido. Gracias a ellos Sariñena fue en aquel momento la población con la que toda España se sumó al dolor desde el cariño.”

Para quienes sobrevivieron, como René, una tragedia así marca para toda la vida, porque “te das cuenta que no eres nada y en un momento dado se acabó. Y piensas que la vida hay que vivirla, hay que luchar, intentar trabajar, estar a bien con todos y seguir funcionando. Porque como te hundas eso es mucho peor, te hundes tú y también a los demás, a los de alrededor. Hay que seguir adelante y trabajar, intentar hacer todo lo que puedas. […] Desde entonces he viajado mucho más durante estas dos décadas. En algún momento he tenido impresión, porque si vas en autobús circulando por unos puertos similares a los de Verín, que ves allí abajo la tierra, sí, se te remueve todo el cuerpo, porque recuerdas… Tienes después una sensación de que te puede volver a pasar. Pero sigo haciendo viajes sin parar, todo lo que puedo. Hay que vivir el momento. Hoy estamos aquí y mañana no. Disfruto viajando. Hay que tener entereza y decir: a luchar, intentar superar los malos momentos, porque los tienes. Intentar mirar la vida de otra manera, con ilusión porque sino te hundes y eso es fatal.”


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