El 24 de abril de 1915 cientos de intelectuales armenios fueron ejecutados en una acción planeada por el gobierno turco para descabezar a la sociedad armenia.
“Un millón y medio de armenios fueron masacrados o enviados a la muerte durante los últimos días del Imperio Otomano… El Medz Yeghern es un capítulo devastador de la historia de los armenios que debemos mantener vivo en la memoria en honor de aquellos que fueron asesinados y de esta forma no repetir los graves errores cometidos en el pasado”.
Las palabras de Barak Obama antes de ser elegido presidente representan la visión de un actor a priori neutral sobre un hecho histórico espeluznante. Más difícil es comprender, también a priori, que precisamente aquel que perpetró la masacre acepte, e incluso apruebe, una descripción tan esclarecedora. Y es que Turquía daría por buena casi cualquier descripción siempre y cuando se evite una palabra: genocidio.
El concepto de genocidio fue desarrollado por el jurista judío-polaco Raphael Lemkin en 1944 en su intento de describir lo más específicamente posible la agresión que estaba sufriendo su pueblo por la Alemania nazi: “la aniquilación planificada y sistemática de un grupo nacional, étnico, racial o religioso, o su destrucción hasta que deja de existir como grupo”. A diferencia de otro tipo de matanzas es clave el concepto de planificación y organización del crimen, así como la voluntad de acabar con un grupo humano por el hecho de serlo.
Se cumple un siglo del primer genocidio del siglo XX. Entre 1915 y 1917 el gobierno otomano llevó a cabo una política de exterminio de los armenios de forma planeada y con el objetivo de materializar su total desaparición. Alrededor de 1.500.000 personas fueron asesinadas en este proceso sobre una población que rondaba los 2 millones.
Los hombres fueron, en su gran mayoría, eliminados sistemáticamente, mientras que mujeres, ancianos y niños fueron forzados a una deportación a través de montañas y desiertos en las que la gran mayoría perecería por hambre y sed, cansancio o directamente por las agresiones de los soldados.
Este episodio histórico, tan desconocido a nivel mundial, sigue latente en una sociedad armenia que carga con el lastre de la falta de reconocimiento. Prueba de ello es que la política de Ereván vive siempre con el indefectible telón de fondo del genocidio.
Si bien es cierto que la desintegración de la Unión Soviética produjo una ola de emigración, la necesidad de contar hoy en día con un Ministerio de la Diáspora retrocede hasta el genocidio. Al millón y medio de personas que aproximadamente fueron aniquiladas le siguieron 10 millones de refugiados en el resto del mundo.
Algunos fueron a Francia, otros terminaron su peregrinación asentados en Estados Unidos. La descomposición del Imperio Otomano hizo que otros armenios pasaran a ser ciudadanos de la vecina Siria, especialmente en la ciudad de Alepo. Tras el genocidio, apenas una décima parte de la población original armenia seguía viviendo donde lo había hecho hasta el momento y actualmente hay más armenios fuera de Armenia que en el propio país.
El polvorín de los Balcanes y el declive de un imperio
Las raíces del genocidio armenio se hunden en el colapso del Imperio Otomano. Los diferentes pueblos a él sometidos sobrevivían bajo la condición de parias, pese a lo cual, los historiadores aseguran que debido a su pericia mercantil e industrial, los armenios al Este de Anatolia superaban económicamente a sus vecinos turcos de la región. Nada de esto quedó tras el genocidio.
Los acontecimientos vividos en los Balcanes han marcado a fuego la historia de Europa, y la represión otomana contra los pueblos de esta región fue un presagio de lo que posteriormente sufrirían los armenios. Entre 1894 y 1896 los conatos de sublevación que tuvieron lugar al Oeste del Imperio, como en el caso de Grecia, fueron aplastados. Una postura enardecida tras las derrotas otomanas entre 1912 y 1913, que provocaron una movilización masiva de musulmanes hacia el Este de Anatolia.
Constantinopla recelaba de los armenios. Éstos veían la oportunidad de escapar del dominio turco y empezaron a organizarse desde finales del siglo XIX para exigir reformas políticas que acabaran con su discriminación tanto en lo relativo a derechos como en lo económico. Ya entre 1894 y 1896 la represión, dictada por el sultán Abdul Hamid II, costó la vida a decenas de miles de armenios.
Los Jóvenes Turcos y la política genocida
De la inestabilidad nació la revolución que en 1908 alzó al gobierno a los Jóvenes Turcos y el plan de exterminio armenio que ya había comenzado con Hamid se convirtió en política de Estado con el nuevo gobierno. El conocido como triunvirato de los Tres Pashas: Ísmail Enver, Ahmed Djemal y Mehmed Talat llegó al mando con una concepción nacionalista extrema de la política que situó la “turquificación” del Imperio como eje de su proyecto.
El nuevo gobierno promulgó leyes de deportación contra los armenios, sin olvidar la confiscación de sus propiedades, que desembocaron en ejecuciones masivas y marchas de la muerte por el desierto hacia Siria. Fue precisamente en los aledaños de la frontera con Siria donde se erigieron decenas de complejos de la muerte, desde fosas comunes hasta campos de concentración y confinamiento donde, si evitaban la ejecución, morían de hambre o epidemias.
La Primera Guerra Mundial
El estallido del primer gran conflicto internacional dio cobertura al exterminio. El Imperio Otomano se alineó con los poderes centrales de Austria-Hungría y Alemania y los armenios, que ya habían huido en grandes cantidades a ciudades como Petrogrado, vieron en Rusia un garante de su supervivencia. Algunos de ellos incluso se encuadraron en el ejército zarista, un gesto considerado traición por el gobierno turco y que le hizo ver en los armenios una ‘quinta columna’.
El genocidio armenio y la negación turca
El 24 de abril de 1915 cientos de intelectuales armenios (entre 200 y 650) fueron torturados y ejecutados en Constantinopla, hoy Estambul en una acción perfectamente planeada que marca oficialmente el inicio del genocidio: el cercenar las mentes más brillantes de una sociedad garantiza la ausencia de líderes capaces de organizar esfuerzos comunes y establecer estructuras de autoprotección. La sociedad se queda huérfana y difusa.
Diplomáticos extranjeros como el británico Lord Bryce, el estadounidense Mr. Morgenthau o el alemán Johannes Lepsius fueron testigos directos del genocidio y documentaron la tragedia en sus cables diplomáticos o en declaraciones a la prensa. Una muestra de ello fue la descripción de un ataque turco que el que fuera cónsul italiano en el Imperio Otomano, Giacomo Gorrini, ofreció a un periódico de su país:
Roma. – Ha llegado a esta capital el ex cónsul de Italia en Trebizonda, señor Giacomo Gorrini.
En el curso de una entrevista con un redactor del diario Il Giornale d’Italia, aquel declaró que es indescriptible el estado de miseria y desolación en que se encuentran las poblaciones armenias. Dijo que los turcos y kurdos han hecho una verdadera carnicería, durante la cual exterminaron a catorce mil armenios y cristianos.
El día 24 de Junio último, declaró el señor Gorrini, se publicó un decreto ordenando la matanza e internación de armenios, con la cual se ha escrito una de las páginas más negras de la historia de Turquía.
El resultado de este decreto fue que de 14 mil armenios, católicos y protestantes, solo un centenar logró salvarse.
Narra el señor Gorrini que él mismo vio varias barcas cargadas de mujeres y niños armenios a quienes se arrojó al Mar Negro. A muchas mujeres se les obligó a convertirse al mahometismo o se suicidaron.
Diario El Siglo, 27 de agosto de 1915.
Si bien es cierto que existen movimientos ciudadanos en Turquía que exigen a sus representantes lo contrario, el gobierno de Estambul niega rotundamente que el genocidio tuviera lugar. Estambul reconoce que se produjeron dramáticas matanzas de armenios durante la Primera Guerra Mundial, pero niega que tuviera lugar un genocidio escudándose en que otras poblaciones como los kurdos o los musulmanes también fueron perseguidos al Este del Imperio, concretamente por el ejército ruso que incluía regimientos armenios, y que, por lo tanto, todos los contendientes son culpables de perpetrar masacres.
La mayoría de historiadores contrastados argumentan que, si bien es cierto que poblaciones musulmanas sufrieron enormemente durante la Guerra Mundial tanto en Anatolia como en el Cáucaso, la experiencia armenia responde a un orden diferente de dolor: un genocidio.
La prensa de la época fue testigo del genocidio y es fácil encontrar el relato de los hechos: en 1915 el New York Times publicó 145 artículos sobre las matanzas, mientras que The Times describía por aquellos años las agresiones “autorizadas y organizadas” por el gobierno contra los armenios como “sistemáticas”.
El gobierno de Mustafa Kemal, fundador de la Turquía moderna y quien fuera líder de los nacionalistas turcos, no rompió el lazo que le unía a través del tiempo con los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano sirviéndose de los mismos argumentos: falta de premeditación en unas matanzas que no eran un intento sistemático de destruir al pueblo armenio.
La dificultad del reconocimiento
En la actualidad, salvo en casos en que el Estado genocida queda en una posición de debilidad como sucedió con Ruanda o Serbia, el reconocimiento de crímenes contra la humanidad por toda la comunidad internacional es complicado. De hecho, solo 20 países han reconocido el genocidio oficialmente, entre los que no se encuentra España. Y Turquía, lejos de ser un actor débil, juega un papel clave en la composición del tablero geopolítico como miembro de la OTAN y gran aliado occidental en la frontera de Oriente Medio. Como ejemplo, baste mencionar el 70 por ciento de los suministros aéreos estadounidenses hacia Irak se distribuyeron a través de la base aérea de Incirlik en Turquía.
En el aspecto jurídico subyace la cuestión de si es posible juzgar a un actor por cometer un crimen que no se había establecido en el momento en que se comete. El concepto legal de genocidio fue establecido en 1948 por la Convención para la Sanción y Prevención del Delito de Genocidio por la ONU, que considera genocidio las acciones llevadas a cabo contra un grupo religioso, étnico, nacional o racial con el objetivo de destruirlo total o parcialmente. Sin embargo, el principio de irretroactividad legal ha sido subordinado por causas mayores en delitos de lesa humanidad, como se hizo en los juicios de Núremberg que aplicaron justicia en el caso del Holocausto.
Un eventual reconocimiento difícilmente daría lugar a reparaciones. La mayoría de opiniones legales reconocen que la Convención del Genocidio de la ONU no incluye una fuerza retroactiva, por lo que no serían consideradas las reclamaciones relativas a propiedades y territorios. En caso contrario sería necesario (aunque altamente improbable, por no decir imposible) un nuevo litigio de toda la Primera Guerra Mundial.
Más allá de las consideraciones legales y reparatorias, el pueblo armenio exige mayormente un reconocimiento moral que reconozca el sufrimiento de una nación que estuvo cerca de ser erradicada del planeta con premeditación y alevosía. Un genocidio cuyo no reconocimiento mantiene en suspense a una sociedad que merece justicia histórica para superar la página más negra de su pasado.
Alejandro Jalón. 29/04/2015 Ereván
BIBLIOGRAFÍA:
- BELL-FIALKOFF, Andrew (1993): “Brief History of Ethnic Cleansing”, Foreign Affairs.
- GURRIARÁN, José Antonio (2008): Armenios, el genocidio olvidado. Madrid, Espasa Libros.
- Holocausto y genocidios del siglo XX (2014). Ministerio de Educación de la Nación Argentina. Buenos Aires.
- KARAMANOUKIAN, Daniel (1985): El genocidio armenio en la prensa del Uruguay. Montevideo, Ediciones Ani.
- WAAL, Thomas (2015): “The G-Word”, Foreign Affairs.
- La cuestión armenia - 27 mayo, 2015